«Sureños a las Armas»: Cartas de batallas por la hispanidad en Chile

SUREÑOS, ¿QUIÉNES SOMOS?

Prólogo del autor. abril 2019
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Nunca he querido ocultar, camuflar ni justificar la derrota de los ejércitos y milicianos realistas en el reyno de Chile. No obstante, ya no puedo aceptar que en los libros de estudio se siga mintiendo, al borrar a los sureños e indígenas de su fidelidad a la monarquía española.

El punto nuclear de esta farsa histórica es que no hubo una guerra contra la madre patria. Cómo podría haber sido si nosotros éramos parte de España, por tanto españoles de América. Chile no era un país independiente antes de la llegada de los peninsulares para aspirar a una independencia, como pudiera ser el caso de Irlanda, respecto de Inglaterra. El pueblo chileno no existía. éramos cristianos, súbditos del rey, como todos los pueblos americanos. No existían las nacionalidades. España como república tampoco existía.

Vale aclarar, más tarde que nunca, de manera enfática y viril los hechos acontecidos. No hubo independencias en América, sino secesiones instadas por Inglaterra, a través de logias masónicas, en la que destacó la “Lautaro”.

El trato con los indígenas en América siempre fue deferente y proteccionista. Las leyes de Indias son un ejemplo único en el mundo. Sólo basta mirar, con mediana agudeza, a quienes tienen enfrente para constatar que no fueron arrasados como sucedió en África con las colonias inglesas y holandesas. ¿Acaso el mismo hijo del Virrey O’Higgins no fue educado con hijos de caciques?

En estos tiempos, alguien se imaginaría que los hijos del presidente de turno estudien bajo la misma instrucción.

Un criollo, araucano o un huilliche en 1812 tenía los mismos derechos y beneficios de un madrileño. Por tanto, también el término “Colonias” no se ajusta a la realidad. Se puede asegurar, además, que la labor de conformar los idiomas de los indígenas americanos, que tenían una cultura ágrafa, fue gracias a la llegada de los españoles, y a las congregaciones de los jesuitas y franciscanos.

Los indígenas se alistaron por el rey porque no eran ingenuos. Sabían perfectamente que las nuevas autoridades no respetarían los acuerdos que habían logrado con los reyes católicos. ¿Acaso alguien pelea por su opresor tantos años de puro ingenuo? La desgracia de la América española fue la separación forzada de su madre patria. Deformada de su estado original, fue balcanizada en pequeños países que pasaron a manos británicas y norteamericanas, casi inmediatamente.

De cuatro prósperos virreinatos, pasamos a estas desgraciadas naciones que, siguiendo el plan de nuestros enemigos históricos, permanecen distanciadas por insistentes políticas de odio de sus gobernantes.

Entonces, nada de raro es que casi todos los presidentes de Chile hayan sido miembros de la masonería. Qué tipo de motivación habrán tenido Rondizzoni, O’Carroll, Beauchef, Miller, Tupper, Brayer y Cochrane por “liberar” a Chile después de haber combatido en las guerras napoleónicas. Dejo la reflexión.

En cambio, los ejércitos realistas de Chile, casi en su totalidad, estuvieron constituidos por criollos, milicianos e indígenas del sur. y, no se debe olvidar, que los peninsulares apenas llegaron en forma de un par de batallones. “Curiosamente” se obvia que desde Lima también vino ayuda para las tropas realistas. ¿Alguien sabe que soldados del Perú pelearon en la gloriosa batalla de Rancagua, en 1814, collereando junto a chilotes, valdivianos y chillanejos?

Por esto, las celebraciones del Bicentenario en 2010 pasaron sin pena ni gloria. Ningún cristiano puede celebrar separaciones, muerte y destrucción. La Hispanidad es nuestra lengua y la fe, lo más sagrado de un pueblo. Por este motivo, tras 1818, en el episodio llamado “La guerra a muerte”, el cura Ferrebú, de Rere, tomó las armas junto a más de mil vecinos en defensa de sus valores sacros. En el sur de Chile, tuvimos resistencia hasta 1832 con los caudillos Benavides, Picó, Seguel, Senosian, los hermanos Pincheira y los caciques de la zona de Arauco, Los Ángeles y Chillán.

Creo, firmemente, que todavía podemos volver a unirnos para proteger la Hispanidad. Con alegría, veo que todavía los niños de por acá, inconscientemente, ponen una cruz al enterrar una mascota. Nuestros muertos de las batallas por la Hispanidad, sin bustos de bronce en las plazas, hoy saludan, mediante estas cartas para emerger del olvido. Tras 200 años pueden leerlas sus descendientes, que hoy sucumben a la propaganda gringa cibernética, pero que cada noche rezan un padre nuestro y un ángel de la guarda.

Si bien los personajes de estas cartas no son reales, las historias son verídicas y contadas por sus protagonistas en autobiografías o crónicas, como son las de Antonio de Quintanilla y Santiago y José Rodríguez Ballesteros, o las obras de Mariano Torrente “Historia de la revolución hispanoamericana” y Fray Melchor Martínez “Memoria histórica sobre la revolución de Chile desde el cautiverio de Fernando VII Hasta 1814”. De esta manera,

bajo la luz de la providencia, aparecieron estas cartas que la historiografía oficial, dirigida por la oligarquía, se encargó de sepultar. Lo que no sabían, en su ateísmo fanático, es que la resurrección de la memoria también existe.

Los genocidios en América, contra criollos e indígenas, partieron con las repúblicas. Como muestra: Guerra civil 1829, Guerra contra la Confederación peruano- boliviana (1836- 1839), Revolución de 1851,  Revolución de 1859, Ocupación de la Araucanía (1861- 1863), Guerra contra España 1865, Guerra del Pacífico (1879- 1884), Guerra civil de 1891 y múltiples matanzas de obreros a principios de 1900.

Dios guarde en su gloria a estos trece héroes, que son nada más que unos representantes de los miles que brindaron su vida por su Dios, Rey y Tradición.

Ángelo Guíñez Jarpa

Santiago, abril de 2019.

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