Joaquín Primo de Rivera, Héroe de la Batalla de Maipú

Cerro “Primo de Rivera”

Un Homenaje a los Caídos

Autor: Carlos Sepúlveda, Talca.

“Valerosos temerarios, la muerte nunca os asusto, aceptasteis el destino.

Orgullosos y leales, España en vuestro corazón, honor y gloria a los caídos”.

A los Caídos – Céltica.

En plena comuna de Maipú, se encuentra ubicado el Cerro “Primo de Rivera” –también conocido como Los Pajaritos-, verdadera excepción histórica dentro de los Monumentos Históricos que existen en nuestro país. Digo esto, pues como resulta obvio, casi la totalidad de los sitios históricos de nuestro patriotismo estatuario, enaltecen a los próceres revolucionarios –ligando a estos con los “mitos fundantes” de la identidad nacional-, en una omisión intencional inclusive de los chilenos que cayeron defendiendo la causa del Rey en nuestra Patria, lo que ha llevado al escritor Ángelo Guíñez a manifestar, a propósito de su obra “¡Sureños a las Armas!”: “Nuestros muertos de las batallas por la Hispanidad, sin bustos de bronce en las plazas, hoy saludan, mediante estas cartas para emerger del olvido”.

Adquiere pues, aún mayor valor la existencia de estos sitios, si consideramos el hecho de que para ser reconocidos como tal, bautizados con el nombre de oficiales realistas, éstos últimos debieron causar una profunda impresión y respeto no solo entre sus adversarios –los patriotas-, sino que también respecto de los historiadores liberales –que para bien o para mal, sentaron las bases de nuestra historia “oficial”-, los que regularmente se aprecian reñidos y excesivamente predispuestos en contra de los defensores de la recta doctrina. Es el caso de Don Antonio de Quintanilla, presente en un monumento erigido en su querida Chiloé, y también el de Don Joaquín Primo de Rivera.

El Coronel Primo de Rivera, oriundo de Ceuta, donde nace en 1786, es enviado a nuestro continente en 1817, luego de participar en la Guerra de Independencia de España en contra de Napoleón. Tras breve estadía en Perú, viaja a Chile como jefe de Estado Mayor de la Expedición de Osorio, en un nuevo –y a la postre definitivo- intento por restaurar en Chile la autoridad y las instituciones del Reyno. No se resigna en su rol, y participa activamente en la campaña, comandando destacamentos y escuadrones de las diferentes armas. Así, participa en el combate de Quechereguas (1818) y en la Victoria de Cancha Rayada, destacando por su actuación sobresaliente. Tras esto, y contrariando la opinión de Osorio –impulsado dicen los historiadores, tanto por el valor como por la arrogancia de su juventud-, apoya a los oficiales que insisten en avanzar hacia Santiago y librar la batalla decisiva.

 

Comandó el primer cuerpo del Ejército Real aquella memorable jornada del 5 de abril. Al frente de las compañías de cazadores y granaderos de todos los batallones, y de cuatro piezas de artillería, tomó posición en las inmediaciones del Cerro que hoy lleva su nombre. Ese día, en los campos de Maipú, Primo de Rivera defendió los estandartes del Reyno y de la Madre Patria hasta el final. La pluma de Enrique Campos Menéndez, en una de las monumentales obras de nuestra literatura de ficción histórica patria (Águilas y Cóndores), nos permite rememorar la valentía y la osadía del oficial español:

“-¡Eso es un suicidio! –termina el General-. Vosotros estáis locos. ¡Locos de heroísmo! Yo me retiro del campo. –Toma su sable y sale del lugar, acompañado de su ayudante García del Postigo. No vuelve los ojos para mirar. No quiere que le vean sus bravos compañeros de armas las lágrimas viriles que le corren por el rostro lleno de angustia.

-¡Vamos! –grita con ardor Primo de Rivera-. ¡Vamos a Lo Espejo! Allí no sólo resistiremos, si no que daremos vuelta la suerte del combate.

Rodrigo ha escuchado, con emoción, las palabras de su compañero de armas. -¡Vamos! –le dice a Ramón, que está a su lado y que lleva entre sus firmes manos el pendón con las águilas imperiales.

Ordoñez duda unos instantes. De pronto dice en voz baja, como si le emanara de la conciencia: -Yo también me retiro, señores. Salvaré a mi cuerpo.

Se quedan solos Primo de Rivera y Rodrigo. –Esta bandera –dice mostrando el pendón que lleva Ramón- la salvé con honor y la defendí con mi sangre, en los campos de Bailén. No la arriaré en mi patria chilena, jamás. ¡Vamos a defenderla en las casas de Lo Espejo!”.

 

“Mientras tanto, Rodrigo y Primo de Rivera se han parapetado en las casas de Lo Espejo. Los acompañan un puñado decidido de tropas escogidas. Improvisan parapetos con piedras y tierra. Colocan a los mejores fusileros en los lugares estratégicos y esperan el ataque de los patriotas. Es una resistencia agónica, final, en que ambos saben que les va la vida. Sienten a su corazón envuelto por la gloria y el honor con esos uniformes que no conocen de derrotas.

-¡Venderemos caras nuestras vidas! –exclama Rodrigo, en un rapto de coraje.

-¡Lucharemos hasta el último hombre! –afirma Primo de Rivera-. Dejémoslos avanzar hasta que estén a tiro de pistola. Nos quedan aún dos cañones. ¡Barreremos con ellos!

Una vez consumada la derrota, Primo de Rivera es tomado prisionero. Junto a otros distinguidos oficiales españoles, es conducido a San Luis de la Punta, “especie de Santa Elena Mediterránea”, en palabras de Vicuña Mackenna. Es este historiador quien, en un ejercicio admirable de sinceridad, nos revela los trágicos sucesos de la Matanza de San Luis, donde por instigación de Bernardo Monteagudo –verdugo también de los hermanos Carrera-, y tras un fallido motín, son fusilados tras procedimientos breves, sumarios y arbitrarios, pasando a engrosar las filas de los cientos de mártires que lucharon por la causa real. Primo de Rivera, ante el inevitable final, decide privar al sádico “patriota” argentino del placer de despedazarlo como hizo con sus camaradas –vale decir, me refiero al infame de Monteagudo-, y muerde la boca de una carabina, acabando de esta lamentable forma, lo que fue una vida sumamente admirable y heroica.

Esta es la historia del porqué el Cerrillo Errázuriz (conocido así en el Período Indiano) pasó a denominarse Primo de Rivera. Inaugurado como parque el 5 de abril 1984, es declarado Monumento Histórico en 1991, siendo instalada en su cima una cruz de acero de 8 metros, que tiene una figura de Jesús calada en su interior, mirando hacia el Templo Votivo de Maipú.  Protegido por empresas privadas –vía concesión de la Municipalidad-, el lugar se utiliza regularmente para diversas actividades de esparcimiento, aunque aparentemente, con profundo desconocimiento acerca de su relevancia para nuestra historia.

 

Lugares como el Cerro Primo de Rivera, verdaderos oasis y baluartes de nuestra identidad hispana, merecen resignificarse, y si bien difícilmente lo serán “oficialmente” –ya es todo un mérito el solo hecho de que existan-, sí podemos hacerlo todos quienes conozcamos el real aporte que implican para nuestra cultura patria, pues este particular caso representa un lugar que debiese convocar voluntaria y cotidianamente –obviamente, también en fechas emblemáticas como el 5 de abril-, a todos quienes guardan respeto por los defensores de la Tradición en la Guerra Civil Iberoamericana, y por supuesto, orgullo y amor por nuestras raíces hispánicas.

Esperando seguir aportando mi granito de arena para que los chilenos sigan redescubriendo la historia y el legado de nuestros ancestros, solo me resta decir:

Coronel Primo de Rivera y Chilenos Caídos por la Unidad de España:

¡PRESENTES!

Para conocer más sobre Joaquín Primo de Rivera, véase:

  1. Los Defensores del Rey, de Fernando Campos Harriet.
  2. Águilas y Cóndores, Tomo II, El Despuntar de la Estrella.