La Toma de Talca
4 de marzo de 1814
La guerra ha desangrado por un año las comarcas sureñas del Reyno de Chile. Luego de aferrarse heroicamente a sus posiciones, los defensores del Rey han resistido la contraofensiva insurgente, y la situación es de un delicado equilibrio que busca romperse por medio del hostigamiento y el desgaste. Así lo entiende el nuevo General en Jefe del Ejército Fidelista, don Gabino Gaínza, quien luego de tomar el mando y reorganizar a sus fuerzas incorporando a los nuevos contingentes llegados desde Chiloé y el Perú, ordena cortar las comunicaciones entre Concepción y Santiago, situando en el Río Maule una línea defensiva.
A cargo de esta importante misión se encuentra un abnegado guerrero realista. Don Ildefonso Elorriaga, español peninsular y comerciante radicado en Concepción, se sumó al Ejército Real desde la primera campaña de reconquista al mando del General Pareja, siendo recibido como héroe en Chillán en varias oportunidades, con motivo de sus victorias sobre los rebeldes. Esta experiencia adquirida al calor de la lucha, lleva al visionario jefe a exceder su mandato, cruzando el Río Maule con poco más de 300 hombres, luego de conocer información muy oportuna y relevante.
La ciudad de Talca, punto de unión entre Santiago y Concepción e importante depósito de víveres y pertrechos de guerra, ha sido abandonada por la Junta de Santiago, que en su pomposidad, traslada consigo a la mayoría de las tropas en calidad de escolta –meramente por etiqueta-, dejando prácticamente desguarnecida la villa. Ésta, desde la segunda “visita” de Carrera –en abril de 1813-, evidencia una importante presencia de vecinos que adhieren a la causa real, por lo que Elorriaga toma la determinación de dar el golpe de mano que Dios pone en su camino.
Son las 7 de la mañana del 4 de marzo, y un emisario realista entrega a la tropa rebelde la proclama en que se exige la rendición. Como Gobernador de la ciudad, la Junta ha nombrado al Coronel Carlos Spano, también español peninsular, pero adicto a la causa de los rebeldes. Éste pide una honrosa capitulación, que al ser denegada, le obliga a optar por una defensa desesperada. Distribuye a sus 120 hombres en la plaza, ubicando sus 3 cañones en tres de sus cuatro esquinas, e instalando en la última una barricada con adobe, fatigosa faena en la que se encuentran sus hombres cuando las fuerzas del Rey lanzan su asalto.
El combate se extiende por dos horas, en una sangrienta lucha calle por calle, sin que desistan los insurgentes en su resistencia. Sin embargo, arriesgando su vida, el vecino don Vicente de la Cruz y Burgos, reconocido partidario de la causa del Rey –y por ello injustamente hostigado por Carrera-, señala a las tropas de Elorriaga como ingresar a su casa desde una puerta que da a una calle adyacente a la plaza, para de esta forma ocupen el tejado y desde ahí dominen a la guarnición rebelde. Y efectivamente, una vez concretada esta acción, la balanza se inclina favorablemente a las fuerzas fidelistas, pues los insurgentes se repliegan luego de sufrir considerables bajas a una esquina de la plaza, lo que permite a los soldados fidelistas realizar su último y decisivo asalto.
La conquista de la bandera tricolor del enemigo –con la heroica caída del Coronel Spano-, marca el fin de la Toma de Talca. Los revolucionarios que sobreviven escapan rumbo a Curicó, mientras que don Idelfonso Elorriaga, sumando un laurel más a su corta pero exitosa carrera militar, queda como dueño absoluto de la villa, procediendo a reestablecer la tranquilidad pública, además de tomar muchos prisioneros y un regular repuesto de municiones y víveres, muy importantes para sostener el esfuerzo de la reconquista en la triste y sangrienta lucha fratricida.
De esta forma, y tras un breve pero no por ello menos valeroso combate, la ciudad donde “truenan los truenos” vio una vez más flamear en lo alto la bandera de Su Majestad, es decir, la de todo español del Nuevo Mundo.
Cabe señalar, que cinco meses después el mismo Jefe realista volvería a reconquistar la ciudad, aunque esta vez sin derramamiento de sangre, como consecuencia del Tratado de Lircay.
Autor: Carlos Sepulveda, Talca.
Para profundizar en el tema, véase:
- Historia de Talca, 1742 – 1942, de Gustavo Opazo Maturana.
- Historia de la Independencia Chilena, Tomo II, de Claudio Gay.
- Los Defensores del Rey, de Fernando Campos Harriet.