#SabiasQue: los perros jugaron un importante papel en la conquista.

Becerrillo y Leoncio

(Fuente: Cuenta Instagram @tercio.viejo.sevilla)
Becerrillo de raza Alano español fue adiestrado en la Isla de La Española, que por aquel entonces era un enclave geográfico bajo dominio español en el que los perros de presa tradicionales españoles, los alanos, se entrenaban con fines militares. En el año 1511, Becerrillo abandonaría la Isla de La Española para dirigirse a la Isla de San Juan junto con su amo Sancho de Aragón, aunque cierto es que algunos cronistas también lo han relacionado con el conquistador Diego de Salazar. Tenía dicho perrazo la dudosa habilidad de distinguir entre indios aliados o enemigos. Cuando lo soltaban entre grupos de indígenas cogía con su boca el brazo del rebelde, sin equivocarse y tiraba de él para capturarlo. Ni decir que el que se restía, moría.

De grande entendimiento e denuedo porque entre doscientos indios sacaba uno que fuese huido de los cristianos e le asía por un brazo e lo constreñía a se venir con él e lo traía al real e si se ponía en resistencia lo hacía pedazos…»
Se cuenta que un día, el capitán Diego de Salazar pretendió mofarse de una anciana indígena y divertir a los soldados. Le entregó un mensaje para que lo llevara a varias leguas de distancia y cuando la anciana se encontró todavía cerca lanzó a Becerrillo contra ella. La mujer al ver a esa fiera infernal avalanzarse contra ella se sentó y levantando el mensaje le dijo en su lengua; » Señor perro no me haga mal que llevo un mensaje para los cristianos». El perro se detuvo, olisqueó a la anciana, la lamió y se dio media vuelta. Curioso que la postura que adoptó la anciana muerta de miedo fue la típica de sumisión entre los perros, lo que la salvó y dió la impresión a los cristianos de que habían presenciado un milagro.
Así lo cuentan las fuentes:
..» acordó el capitán Diego de Salazar de echar al perro una india vieja de las prisioneras que allí se habían tomado; e púsole una carta en la mano a la vieja, e díjole el capitán: «Arida, ve, lleva esta carta al gobernador, que está en Ayrnaco, que era una legua pequeña de allí; e decíale esto para que así como la vieja se partiese y fuese salida de entre la gente, soltasen el perro tras ella. E como fue desviada poco más de un tiro de piedra, así se hizo, y ella iba muy alegre, porque pensaba que por llevar la carta, la libertaban; más, soltado el perro, luego la alcanzó, y como la mujer le vido ir tan denodado para ella, asentóse en tierra y en su lengua comenzó a hablar, y decíale: «señor perro, yo voy a llevar esta carta al señor gobernador», e mostrábale la carta o papel cogido, e decíale: » no me hagas mal, perro señor». Y de hecho, el peror se paró como la oyó hablar, e muy manso se llegó a ella e alzó una pierna e la meó, como los perros suelen hacer en una esquina o cuando quieren orinar, sin le hacer ningún mal. Lo cual los cristianos tuvieron por cosa de misterio, según el perro era fiero e denodado; y así el capitán, vista la clemencia que el perro había usado, mandóle atar e llamaron a la pobre india, e tornáse para los cristianos espantada pensando que la habían enviado a llamar con el perro, y temblando de miedo se sentó, y desde a un poco llegó el gobernador Juan Ponce; e sabido el caso, no quiso ser menos piadoso con la india de lo que había sido el perro, y mandóla dejar libremente y que se fuese donde quisiese, y así lo fizo.»

Como consecuencia de todas la cualidades que poseía Becerrillo, este recibía doble ración de comida (que en más de una ocasión era mejor que la de los propios infantes) y un sueldo por los servicios prestados a su Patria. Concretamente, el salario que ganaba era el equivalente al de un ballestero

Murió por fin Becerrillo por una flecha envenenada y los españoles mantuvieron su muerte y el lugar donde lo enterraron en secreto para así seguir manteniendo la fama y el terror entre los indígenas.
Uno de sus hijos, «Leoncico», acompañó a Núñez de Balboa en su periplo hacia el océano Pacífico. En uno de los encuentros con los nativos, los soldados españoles después de la descarga de fusilería soltaron a los perros. Murieron 600 nativos y el descabezamiento del cacique se le atribuyó a Leoncico.