Pasto era un pueblo mestizo de la actual Colombia que en la guerra de emancipación se opuso tenazmente a la revolución de Bolívar, ellos eran fieles súbditos del Rey. De este modo bajo las órdenes de Agustín Agualongo con palos y machetes dieron tenaz lucha a pesar de los exiguos recursos que disponían.
A continuación presentamos la reseña del periodista e historiador pastense Enrique Herrera, donde relata los terribles sucesos de esa navidad de 1822 en el pueblo de Pasto.
En este contexto en 1822, Simón Bolívar encargó a Sucre realizar el exterminar a su población. En carta le dice a Santander: «Porque ha de saber Ud que los pastusos son los demonios más demonios que han salido de los infiernos. Los pastusos deben ser aniquilados y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar.De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiado merecidos». Cuenta un testigo, el general José María Obando: «No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad».
Por el general Daniel Florencio O’Leary, secretario privado de Simón Bolívar, sabemos que: «En la horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados». Y el doctor José Rafael Sañudo nos cuenta que: «Se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a los templos, y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes. Otro doctor, Roberto Botero Saldarriaga, refiere que: «…degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre aquellos mismos puntos que tras porfiada brega habían tomado. Al día siguiente, 400 cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abandonados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus, que ese día del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de Navidad».
Otro doctor, Leopoldo López Álvarez, nos informa que: «Ocupada la ciudad, los soldados de Sucre del batallón de Rifles («Voluntarios» Ingleses) cometieron toda clase de violencias. Los mismos templos fueron campos de muerte. En la Iglesia Matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y las de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes». El doctor Ignacio Rodríguez Guerrero nos asegura que: «Nada es comparable en la historia de América, con el vandalismo, la ruina y el escarnio de lo más respetable y sagrado de la vida del hombre, a que fue sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822 por el batallón Rifles, como represalia de Sucre por su derrota en Taindala un mes antes, a manos del paisanaje pastuso armado de piedras, palos y escopetas de caza». Eran fieles a la gran España universal, y a su reino.